Siria: antes de que sea demasiado tarde
Guillermo
Almeyra
Estados Unidos y las ex potencias coloniales de la región se preparan para agredir
militarmente a Siria. Pero, como en la guerra contra Serbia, los blancos
principales reales son otros. En este caso, nuevamente Rusia, la gran potencia en crisis, dueña del gas
y del petróleo del norte, e
Irán, la amenaza político-social a las monarquías del Golfo y a Israel,
y la clave para el petróleo
del Pérsico. Pero un golpe contra esos países y China, que defiende a Irán y a Siria y tiene acuerdos
fundamentales con Rusia, prepara también una posterior agresión contra
Venezuela (protegida por ellos y también dueña de inmensas reservas petroleras). La guerra que están
por lanzar contra Siria busca, en el fondo, hacer volver
a fojas cero el proceso de descolonización abierto con el
fin de la Segunda Guerra Mundial e instalar a Israel como única potencia vasalla en la zona, derrotando el proceso de democratización en el mundo árabe. Sobre todo,
es la típica respuesta del capitalismo a su larga crisis económica que no cesa: el capital financiero internacional espera, como en el pasado, salir del estancamiento con una gran guerra
que destruya bienes y a millones de personas y
cree el gran negocio de la reconstrucción en condiciones mundiales de servidumbre y semiesclavismo.
Por eso está todo unido:
la desocupación creciente
en Europa; la anulación masiva de conquistas sociales; la prolongación de la edad para jubilarse
y la reducción de las ayudas sociales, como en Francia; los ataques especulativos contra la moneda brasileña; los fallos en Estados Unidos en favor de los fondos buitres en el caso de Argentina, para llevarla a la quiebra; los esfuerzos para desestabilizar a Venezuela, así como la represión
en Túnez o la contrarrevolución
en Egipto, apelando incluso a una alianza
con las fuerzas de Mubarak.
La
gran ofensiva del capital
contra salarios directos e indirectos en todos los países, las leyes
reaccionarias y las embestidas contra los gobiernos progresistas tienen su expresión político-militar
directa en la preparación
de una gran guerra en Medio Oriente. Ésta, pese a la cautela de una parte del Pentágono y de
Israel mismo, que temen ver en Damasco
un gobierno islámico fundamentalista y son partidarios
de un golpe limitado, podría extenderse a buena parte del globo y transformarse en una terrible catástrofe sin precedente en costos materiales y humanos. La ceguera de la izquierda tradicional europea que rechaza
las políticas sociales de sus respectivos gobiernos pero no centra sus esfuerzos en denunciar e intentar impedir la costosísima y devastadora guerra que se prepara muestra que de esa gente no se puede esperar nada. Hay que reaccionar sin ellos y por sobre
ellos.
El
pretexto para la guerra contra Siria es la dictadura del régimen de los Assad, régimen odioso que durante
décadas sirvió de sostén indirecto y garantía al racismo y el
apartheid de Israel en la zona. Pero
no se puede creer en sus cómplices, que ahora quieren
ser sus verdugos. El mismo día en que
Foreign Policy publicó documentos
desclasificados de la CIA y del Departamento
de Estado que comprueban que en 1988 éstos sabían que Saddam Hussein tenía gas sarín y lo utilizaría contra Irán y lo ayudaron a lanzarlo, Reino Unido y Estados
Unidos decidieron atacar a Siria, sin esperar siquiera el informe de la comisión investigadora de la ONU en ese país para
dilucidar si se utilizaron armas químicas y, en caso de que así fuere,
quién lo hizo, si un grupo opositor
o el ejército sirio. Como
en el caso de la agresión a
Irak, el veredicto de los piratas está listo
antes de ninguna prueba o proceso. Así, apenas
hizo pie en un charco de sangre el grupo militar reaccionario que reprime la revolución democrática en Egipto, Londres y Washington, con
su faldero socialista proisraelí francés, decidieron actuar en Siria porque la no intervención del régimen de El Cairo en defensa de
Siria les daba luz verde para
su aventura.
Como
en Afganistán, donde los estadunidenses armaron y utilizaron a Bin Laden y a los talibanes
contra la entonces Unión Soviética
(y después tuvieron que combatir contra el monstruo que habían
engendrado), las potencias imperialistas, a pesar de las dudas
de Tel Aviv, apoyan en este
caso a grupos salafistas que mañana no los obedecerán y se preparan a sumir a Siria en un conflicto interreligioso e interétnico igualmente sangriento al de la ex
Yugoslavia. En efecto, el gobierno
dictatorial sirio cuenta
con el apoyo de alauitas, cristianos de diversos credos, palestinos, minorías islámicas que rechazan
el fundamentalismo de la gente
financiada por Qatar, y además, una guerra
interétnica e interconfesional
en Siria se extenderá inevitablemente a Líbano, como en el pasado, y no sólo porque Hezbollah apoya a Assad, sino también porque en ese país las
viejas potencias quieren reconquistar por completo su
dominación.
Si
Rusia (y China) no resistiesen
la operación imperialista
en Siria, pondrían su cuello en la guillotina y abrirían el camino a la colonización de Irán y de sus propios
territorios. O sea, a un mundo
que uniese una brutal reducción de los derechos humanos de tipo nazi con el retorno del racismo y del colonialismo y la superexplotación
esclavista de cientos de millones de seres humanos.
El
destino de Siria lo deben decidir los sirios, no los qataríes ni los imperialistas. La guerra debe ser repudiada mundialmente e impedida antes de que sea demasiado tarde. Hay que exigir en todas
partes a los gobiernos una inmediata oposición
explícita a la aventura bélica. ¡Ni un soldado, ni un peso para la aventura contra el pueblo árabe!
¡Cese inmediato del apoyo militar y en armas de gran calibre
a los llamados rebeldes sirios! ¡Inmediatas negociaciones políticas de paz en Siria sobre
la base de un cese el fuego
para preparar una Asamblea Constituyente
que determine su régimen político!