viernes
28 de diciembre de 2007
La ex primera ministra de Pakistán Benazir Bhutto fue asesinada ayer en Rawalpindi, un suburbio de la
capital, Islamabad, mientras participaba
en un mitin político en el contexto de la campaña para las elecciones
parlamentarias programadas para el 8 de enero próximo. El atentado suicida que cobró
la vida de la principal líder
opositora al régimen de Pervez Musharraf y a una veintena de personas, ha sido objeto de condenas por parte
de la comunidad internacional,
entre las que destacan las
declaraciones del secretario
general de Naciones Unidas
(ONU), Ban Ki-Moon, quien calificó el hecho como “un asalto a la estabilidad del país y a su proceso democrático”,
así como lo expresado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, quien externó su rechazo
y preocupación por el “cobarde” atentado cometido por “extremistas
asesinos”.
La muerte de la ex
premier paquistaní ha acabado
por hundir a esa nación centroasiática
en un caótico contexto de crispación social, que agrava la crisis política y de gobernabilidad que enfrenta el régimen de Pervez Musharraf: por el país han
proliferado las manifestaciones violentas y enfrentamientos con la policía, los cuales ya
han producido víctimas fatales; el ex primer ministro
Nawaz Sharif, la otra gran figura
opositora al gobierno, ha anunciado que su
partido boicoteará los comicios de enero, y solicitó la dimisión inmediata del presidente, a fin de “salvar a Pakistán”.
De su lado, Musharraf culpó por el atentado
a grupos terroristas, convocó a la población a mantener la calma para neutralizar sus “diabólicos proyectos”, y decretó tres días de duelo
nacional. En tanto, simpatizantes de la líder señalaron al gobernante
Sean ciertas
o no tales acusaciones, es innegable que el presidente paquistaní tiene una importante
cuota de responsabilidad en
el asesinato de Bhutto. Diversas acciones de su gobierno, como el sangriento asalto a la Mezquita Roja de Islamabad, ocurrido en julio pasado, o la imposición de un estado de excepción en noviembre, supuestamente para completar la “transición democrática” en ese país, han
acabado por generar condiciones de violencia que alcanzan
niveles como el registrado ayer en Rawalpindi. Por cierto, el hecho de que el atentado contra Bhutto se haya llevado a cabo en una localidad
percibida por la población
Por otra parte,
no es casual ni
gratuita la consternación
de Estados Unidos por el asesinato de Benazir Bhutto. Cabe recordar que Musharraf
concentra todos los elementos para
ser incluido en el eje
Ahora, las perspectivas
de una transición democrática pacífica en Pakistán se han disipado fugazmente con la muerte de Bhutto, y Estados Unidos pareciera encontrarse ante una encrucijada: mantener relaciones con el impresentable gobierno de Musharraf o retirarle el apoyo y apostar por su
derrocamiento, con el enorme
riesgo de que ese escenario pudiera
representar la pérdida de
control de las armas nucleares que posee
el régimen de ese país, y su traslado
a manos de organizaciones fundamentalistas o de un gobierno
talibán, algo que no conviene a nadie. De tal modo,
las opciones para Washington y sus aliados parecen reducirse a una: impedir que Musharraf
utilice el asesinato de
Bhutto y la violencia desatada
a raíz de ese hecho para reinstalar
el estado de excepción y postergar indefinidamente las elecciones; presionarlo para llevar a cabo cuanto
antes una transición democrática pacífica, y abandonar el control de un régimen
cuya caída, de todas maneras, parece inevitable.