Escuchados o ignorados

 

Obama debe sopesar si enajenarse a los ciudadanos de sus aliados incrementa la seguridad internacional

 

Francisco G. Basterra

 

25 OCT 2013

 

Nos quejábamos en Europa de que Estados Unidos llevaba tiempo sin escucharnos, que éramos un continente prescindible, que no aparecíamos en su radar saturado por los blips de la region Asia/Pacifico. Ahora no solo nos escuchan sino que nos espían masivamente, sin siquiera sentirse obligados a darnos explicaciones. Mucho menos a detener estas prácticas. Y lo hace Obama, al que ensalzamos desde Europa, en el que creímos porque no era Bush. Controlan la tecnología necesaria que posibilita esta intrusión para lograr objetivos políticos, comerciales o económicos abusando de la tapadera de la batalla contra el terrorismo global. Operan sobre los servidores de compañías estadounidenses, Google, Microsoft o Apple. Utilizan su poder blando para controlar el ciberespacio que es el andamiaje de la globalización. Pero el abuso, advierte el New York Times, está recortando la capacidad de Estados Unidos para influir en los asuntos globales mediante el ejemplo y el liderazgo moral. Ha sido necesario conocer la entrada en la blackberry de Angela Merkel, llamada la canciller móvil por el extenso y continuo uso de su celular para gobernar Alemania, para que se desate una tormenta en la relación trasatlántica.

 

Está en juego la confianza en Estados Unidos. Obama debe sopesar si enajenarse a los ciudadanos de sus más estrechos aliados es una estrategia prometedora para incrementar la seguridad internacional. No parece ser la mejor manera de hacer amigos en un momento de necesidad cuando hierve la región del Medio y Próximo Oriente, donde EE UU continúa entrampado tras la decisión de abandonar Afganistán y el desplome de la Primavera Árabe. Su estrategia del pivote hacia Asia para contener a China es todavía una pirueta a medias. Parece un gigante distraído incapaz de resolver su primer problema doméstico, el presupuestario, una superpotencia que recauda como si fuera una nación media y afronta gastos colosales, sobre todo en defensa, pero también en infraestructuras y sanidad, donde adolece de carencias impropias de un país desarrollado. Distraído en sus alianzas, su actitud correcta para intentar recomponer las relaciones con Irán controlando su desarrollo nuclear sin necesidad de emplear la fuerza militar, o no atacar a Siria, ha soliviantado al aliado saudí, a Egipto, a Turquía, que dudan de la fiabilidad de Washington; al igual que los europeos por el desdén percibido a través de las escuchas masivas. La violación del derecho internacional cometida por los bombardeos de los drones, confirmada por observadores independientes, es otro signo más de la extraña actitud de la Administración Obama, arrastrada a comportamientos erráticos en la escena internacional. Estados Unidos, con problemas para gestionar su declive parcial, se comporta a menudo torpemente, presa todavía de una arrogancia satisfecha con su pretendida excepcionalidad de nación indispensable, cuando cada vez lo será menos.

 

Ya estábamos avisados del pinchazo de nuestras comunicaciones. Le Monde nos descubría que el Datagate, desvelado por el analista norteamericano Snowden, el espionaje electrónico masivo de Estados Unidos se había desatado sobre Francia. El mismo periódico revelaba este año que los servicios franceses desarrollaban su propia red de vigilancia electrónica de llamadas telefónicas, correos de internet, SMS y mensajes de Facebook y Twitter sobre sus propios ciudadanos y nacionales de terceros países. El presidente Hollande telefoneó a Obama pidiendo explicaciones, que hasta ahora se limitan a una genérica apelación a la necesidad de equilibrar la privacidad con la necesaria seguridad en un mundo peligroso. Los europeos hasta ahora hemos preferido tratar este problema bilateralmente con Washington, seguimos sin creer que la unión hace la fuerza, temerosos de no molestar al gran patrón, clásico comportamiento de los débiles con el fuerte que practica la política contraria. Nuestra crónica incapacidad de hacernos respetar. Ahora, abrumados por las filtraciones de Snowden, a buen cobijo de Putin en Rusia, la cumbre europea reunida en Bruselas pide a la gran potencia que se someta al mandamiento de no espiar a los dirigentes aliados con los que se sienta a la mesa. Que recibamos el mismo trato que Washington dispensa a sus primos hermanos de Gran Bretaña, a Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Lejos de un ¡basta ya!

 

Estados Unidos es, y continuará siéndolo, nuestro mejor amigo. Desde Washington se piensa que Europa está sobreactuando, que los que pueden actúan igual que ellos espiándose mutuamente y también a EE UU. Los occidentales, y los comunistas, espiaron a mansalva durante la guerra fría y la implosión de la URSS no cambió esta larga tradición. Lejos queda 1929, cuando el secretario de Estado, Henry Stimson, explicó por qué cerraba el departamento de descifrado de su ministerio, “Un caballero no lee el correo del otro.” Hoy, la capacidad para recoger y analizar con celeridad enormes cantidades de datos ha abolido la privacidad. Si el Gobierno quiere, penetrará hasta la cocina de tu vida electrónica. ¿Europeos, es mejor ser escuchados que ignorados?

 

fgbasterra@gmail.com